viernes, 27 de julio de 2007

Payasas Guardianas


Un mundo habitado solo por payasos. Estaban los mimos también, pues ellos transmitían alegría y diversión dejándose llevar por los gestos sumergidos en silencios. Miraban la vida con dulzura, ternura y una pizca de melancolía. Eran guardianes de la estrella más brillante que en el universo existía. Una estrella rara, ya que encerraba todos los sentimientos humanos. Según el uso de esas emociones la estrella mutaba. Cuando los más intensos sentimientos entre los mortales se fusionaban, dentro de la estrella se producía una combustión que le daba el color rojo. En ese instante, en el planeta de los payasos y mimos aparecía un sentimiento raro, lindo, como si tuvieran mariposas en la panza. El amor se esparcía por doquier enamorándolos pero sólo por el instante en que la luz roja era activada. Cuando los sentimientos de los humanos se calmaban, la estrella despedía una luz blanca. Gracias a esa estrella había luz en el plantea de los payasos y mimos. No sabían lo que era la oscuridad.
Ellos día tras día (no existía la noche, no había oscuridad) danzaban, saltaban, hacían toda clases de piruetas y malabares con cosas inimaginables. Todo era diversión y alegría.
Hasta que uno de los payasos, el más reo de todos, una vez dijo:
-¡De qué sirve que la diversión quede entre nosotros! ¡Porqué no contagiar nuestro estilo de vida hacia todos los habitantes de este universo!
Mirándose unos a otros como esperando respuesta alguna, accedieron a la idea del payaso más reo. Comenzaron a caminar alrededor del plantea. Luego corrían hasta que sus alas se abrieron y se elevaron. Volaban alto.
En el instante en que sus pies despegaron del piso, todo oscureció. Desde las alturas, los payasos y mimos quedaron desconcertados. La estrella que cuidaban se estaba rompiendo y poco a poco se apagaba. Dos payasas bajaron a cuidarla, mientras alentaban a sus compañeros de que fueran a expandir su mundo.
Al llegar al lado de su tesoro, una ráfaga de luz se desprendió de aquella estrella hasta estallar y convertirse en un astro redondo, blanco, brillante y hermoso. La última luz estelar en Luna llena se había convertido.
Allí a las alturas y en un planeta lejano se encontrarán esas dos payasas, paralizadas, con sus miradas de ternura y admiración como agradeciéndole a la Luna de que los sentimientos nunca se apaguen, de que jamás hayan descubierto la oscuridad.
Sus demás compañeros cumplieron su misión esparciendo alegría, diversión y ese toque de melancolía a cada uno de las almas habitantes de este universo. Es muy fácil encontrarlos a esos ángeles que en diferentes puntos de nuestro mundo se encuentran. Sólo hay que estar alerta y con el alma abierta para inundar nuestro ser de emociones que ellos transmitirán como nadie. Otros siguen volando, algún día los conocerán.